miércoles, agosto 23, 2006

Relato: La Caja de Cristal

Desde el principio de los tiempos el pensamiento ha regido en la mente del ser humano, desde que posee el don de la inteligencia. A medida que los conocimientos fueron creciendo, y las mentes fueron perfeccionándose, el corazón y el instinto fueron víctimas de una represión, y los verdaderos deseos, latentes en el pecho de cada persona, fueron sumiéndose en la más fría oscuridad...

Carolina es una chica superficial. No sospecha lo que hay dentro suyo, lo que la sociedad le robó. Lo que su propia persona encerró por el poder que podía llegar a tener en ella, en una cárcel de cristal muy adentro suyo. Es su corazón. Es su princesa perdida.
Se busca a sí misma y no lo sabe, busca ese secreto que en todos se haya escondido. Pero los días pasan y ella permanece rodeada de gente como ella. No puede evitarlo. Es como si cuando estuviera sola, sintiera el vacío que hay en su pecho, y no pudiera soportarlo.
Pero sólo puede hallarse a sí misma y ser felíz, con la ayuda de otro, un ser humano, un lucero que la guíe en las profundas tinieblas de su ser.

Carolina ha sido diagnosticada de cáncer terminal. Los remedios no hacen efecto. El médico quiere darle sedantes para evitarle el horrible sufrimiento del final.
Pero Carolina, en un descuido de éste, escapa del hospital, y huye en dirección a la playa.
Sufre, pero logra disimularlo. Su corazón cansado late ahora con fuerza, Un sentimiento extraño la motiva. Se encuentra con el rugido del mar. Se ha bañado en los rayos del Sol.
No murió incomprendida en el hospital, rodeada de gente demasiado cercana y ajena al mismo tiempo. Murió acariciada por la arena, arrullada por el mar.
Sólo lamenta no haber podido amar de verdad.

Continuó imperando el pensamiento sobre todas las cosas, hasta que los sentimientos fueron muriendo desterrados de las almas. La soledad de las personas era terrible, pero ellas no alcanzaban a verla, sedadas con las maravillas tecnológicas, de seres y conversaciones virtuales más reales que la realidad, de miserias que sólo podían ver a través de una pantalla.
Cada vez había menos amor y menos nacimientos. Las parejas se volvieron raras. El mundo se marchitaba bajo el brillo de la sofisticación.
Hasta que un profeta bajó de una montaña, trayendo dos bloques de piedra. Y al llegar a la base, donde extrañados por el suceso, lo observaban casi curiosos una veintena de personas, exclamó:
“¡Estas piedras representan los diez mandamientos, que el señor nos ha dado para que obedezcamos!”
Ni bien los pocos hombres que quedaban se acercaron, intrigados, a ver qué sucedía, el profeta, que se hacía llamar Bell Ial, destruyó las tablas sin que nadie pudiera verlos. Y gritó:
“Desde ahora en adelante, arrollaremos con todo lo establecido”
El profeta fue haciéndose popular entre la gente. Promovió la violencia, la destrucción, el sexo, la inmoralidad Pero todo bajo el profundo respeto hacia la vida de los otros seres vivos. Nadie mató a nadie, exepto en aislados accidentes. La gente estaba demasiado intelectualizada como para hacerlo. Pero todas las demás leyes fueron quebradas.

Bell Ial fue el autor de la revolución anarquista que asoló el mundo, destruyendo todos los gobiernos habidos y por haber. La gente era presa de una euforia colectiva, nunca habían soñado que pudieran gozar con aquel apocalípsis. Los seres humanos volvieron a ser individuos y uno a la vez con la naturaleza. Y nunca más estuvieron solos.

Alguna vez, antes de perder por completo la conciencia que encarcelaba su ser, un hombre preguntó a Il Abel si era un semejante, o un enviado de los dioses. El profeta sólo respondió:
“Yo soy como tú. Igual que tú dentro de unos años. Pero jamás tuve el dón de engañarme a mi mismo. Siempre obedecí mis deseos, y sólo los míos. Jamás me privé de nada, a menos que me gustara hacerlo. Soy los deseos reprimidos de toda la humanidad. Yo... soy tu, soy ellos, soy yo”.

No hay comentarios.: