domingo, enero 29, 2006

Cuento: El Dragón Rojo

Cuento: El Dragón Rojo

Ni bien me hube despedido, comencé a apurar el paso, dejando la penetrante mirada del viejo Cornwall y a la charla que había tenido con él. Crucé la reja de su lujosa mansión y me subí a mi destartalado Renault 12.
Al arrancar, volví a recordar sus palabras.
-Quiero al Dragón Rojo, quiero que me lo traigas.
El hombre era de pocas hablar, sin duda, pero lo que pronunció tenía un gran significado para mí.
Para los que no están en el rubro, el Dragón Rojo es un asesino. Como yo. Como muchos otros. Pero algo hace que se destaque.
Allí estaba cuando capturé a la chica Valentine, impidiéndome cobrar la recompensa al asesinar a mi jefe, sin duda por orden de su cofradía. También estuvo en el secuestro de los camiones del banco, los cuales nunca llegaron a destino por su intervención, dejándome a mi la libertad de dar todas las explicaciones.
El Dragón Rojo ha arruinado muchos de mis negocios, y estos son solo algunos de los tantos ejemplos que podría darles. Sin embargo, nunca nos hemos visto personalmente. Es muy odiado y temido por la gente del rubro, incluso entre los que lo contratan. Nunca se sabe exactamente de qué lado está, o así hablan los rumores sobre él.
Dicen que es un hombre alto y elegante, y que se viste de blanco. También dicen que es enano, feísimo, y carga con él una enorme ametralladora de la segunda guerra mundial.
“Quiero que me traigas al Dragón Rojo”, había dicho Cornwall. Por cierto que el pedido era extraño, pues el hombre pertenecía a una prestigiosa familia de mucho dinero, y me parecía sumamente insólito que hubiera oído hablar del Dragón Rojo. Pero en épocas de escasez no hay pan duro, como dicen, y me vi obligado a aceptar el trabajo, a pesar de que prefería matar a mis víctimas que llevárselas a mis jefes.
Soy un hombre meticuloso. Siempre cumplo con lo que me ordenan. Además, la posibilidad de darle una lección a mi eterno rival me impulsaba hacia delante.
Me pasé el día preguntando en los lugares correctos, pero sólo obtuve respuestas vagas y ambiguas, de gente que no se comprometía demasiado. Hasta que interrogando a un hombre en un bar, oí una voz a mis espaldas, que me gritó:
-¿El Dragón Rojo? –y rió con grosería.
Era un hombre grueso y achinado, de rostro grasiento, tez oscura y de evidentes malos modales.
-¿Para qué quieres ver tú al Dragón Rojo? –insistió.
-Me han encargado hablar con él –mentí.
-Yo se dónde puedes encontrarlo –dijo el sujeto y me tomó del brazo.
Sin decir palabra, me llevó hasta llegar a un edificio deteriorado por el tiempo, de arquitectura antigua. Subimos por un ascensor de hierro, y caminamos hasta una de las tantas puertas verdes.
-Aquí es –dijo, invitándome a pasar.
-¿Aquí se encuentra él? –pregunté, desconfiado.
-Si –respondió, y cuando terminé de pasar cerró la puerta al instante.
El departamento era, por dentro, la otra cara del edificio. Allí relucía el buen gusto. Excepto, claro, por el enorme fusil sobre la mesa.
-¿Y bien? –pregunté y con cautela introduje la mano dentro del abrigo -. ¿Dónde está él?
Pero el desconocido fue más rápido. Antes de que pudiera sacar mi pistola, él ya tenía la suya apuntándome a la cabeza.
-Yo soy el Dragón Rojo –confesó, con una voz mucho más grave que la de antes-. ¿Quién te mandó?
He allí que mi eterno enemigo cometió un error gravísimo. Debía haberme disparado allí mismo. Pero yo ya le apuntaba sin que se diera cuenta con mi otra pistola, escondida en la manga izquierda de mi abrigo.
-¿Quién te mandó? –repitió.
Le dije quién lo había hecho, pero para mi sorpresa frunció el ceño y me dijo que no sabía de tal persona. Luego, fijándose con detalle en mi rostro, preguntó:
-¿Nos conocemos?
Me había arruinado, y no me conocía. Era un insulto.
-Si –respondí, y le disparé a la pierna.
El Dragón aulló de dolor, pero yo le quité el arma, lo até y lo amordacé. Luego lo cargué con dificultad, y lo zambullí en el asiento trasero de mi auto. Era de noche en esa calle solitaria. Nadie me vio.
Arranqué con furia, y llegué rápidamente a la mansión del viejo. El criado me reconoció y me dejó pasar.
El viejo me recibió con buen humor, y le informé que ya tenía al Dragón Rojo, y que estaba dispuesto a cobrar mi recompensa.
-Antes debo verlo –objetó el viejo -. Tráelo, por favor.
-¿Qué? –pregunté asombrado.
-Por supuesto –respondió, y luego dio su palabra de honor de que me daría el dinero ni bien el Dragón Rojo estuviera en su poder.
De esta forma volví al auto, abrí el asiento trasero, desaté las piernas del Dragón y lo presenté al viejo.
-¿Qué es esto? –preguntó horrorizado.
-¡Es el Dragón Rojo! –la actitud del viejo comenzaba a irritarme.
-¡Eso me pasa por contratar a gente como usted! –gritó el viejo de repente -, ¿De qué diablos está hablando? –y al instante me arrojó un diario a la cara.
Lo levanté y vi, en la tapa, una estatua escarlata de una criatura mitológica, y su titular que decía: “El Dragón Rojo estará una noche en nuestra ciudad”.
Era una estatua. El maldito viejo coleccionaba obras de arte, y comencé a sospechar que la mayoría eran robadas.
Tal vez hubiera cometido una atrocidad, si no hubiera llegado la policía, y me hubiera arrestado brutalmente. Algún criado debió llamarlos.
El Verdadero Dragón Rojo me miró con desprecio mientras lo desataban. Me había vencido de nuevo.




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Hecho como ejercicio para la página http://axxon.com.ar. ¡Saludos a esa gran web! Este cuento me gustó por su "profesionalidad". Jaja ¿qué quiero decir con esto? Que ya parece un cuento, no los delirios que me suelo mandar a veces.