miércoles, agosto 23, 2006

Poesía: La princesa perdida (x Gabriel y yo)

[Narrador]
Perdida en un mundo
de vanidad y corrupción
aceptó el pacto
que el sistema ofreció.

Navegó en un mar
de vacío total.
Ahora su mundo
es artificial.

Sus ojos profundos
secos están
no pudo resistir la presión
de la humanidad.

Se volvió una más,
de aquella gris población,
de espíritus que no preguntan,
de vidas sin pasión.

Ella creía ser especial,
tenerlo todo, incluso más,
haber probado hasta el cansancio
las tentaciones de su vida audáz.

Pero una noticia volcó
su gran ilusión,
arrastró sus sueños
y estremeció su voz.

En su pecho habitaba
el dulce veneneno
que la enviaría
de vuelta con Dios.

[Ella]
¿Acaso he de morir
sin antes saber
si en la oscuridad
hay luz para mi?

Compré una falsa promesa,
me vendieron una ilusión,
estafaron a mis miedos
sedaron mi dolor.

¿Que han hecho de mi
princesa dormida?
Encerraron mi alma,
en una cruel prisión.
Y ahora que mi fin se acerca
no puedo calmar este dolor.


[Dios/Gaia]
Cuando la tiniebla te invada
por ocultar tu verdadero ser
no habra forma de que evadas
el duro golpe al saber

que tu vida se termina
Que no verás más el Sol
Y tus sueños rotos gemirán
"No hay más tiempo: se acabó"

(acá debería ir una partecita tranquila e instrumental)

[Sigue Dios/Gaia]
Y ahora que tu existir
Echó su último aliento
Al momento de partir
Ve a volar con el viento

Que no te dejará sola
La paz inundará tu alma
Te sumergirá en las olas
De la libertad y la calma

Te llevaré por un rumbo
Lleno de rosas sin espinas
Aprenderás que en tu ex-mundo
Llega lejos quien camina

Aunque no hayas sentido
El calor de un "Te quiero"
Sentirás que estás a salvo
Del horror del mundo entero

Ya no existe la tristeza
Purga ya tu corazón
De la pena que te llena
Por no haber sentido amor

Deja entrar felicidad
A tu alma tan carente
Abre tu caja de cristal
Ven, y nace nuevamente...

Relato: La Caja de Cristal

Desde el principio de los tiempos el pensamiento ha regido en la mente del ser humano, desde que posee el don de la inteligencia. A medida que los conocimientos fueron creciendo, y las mentes fueron perfeccionándose, el corazón y el instinto fueron víctimas de una represión, y los verdaderos deseos, latentes en el pecho de cada persona, fueron sumiéndose en la más fría oscuridad...

Carolina es una chica superficial. No sospecha lo que hay dentro suyo, lo que la sociedad le robó. Lo que su propia persona encerró por el poder que podía llegar a tener en ella, en una cárcel de cristal muy adentro suyo. Es su corazón. Es su princesa perdida.
Se busca a sí misma y no lo sabe, busca ese secreto que en todos se haya escondido. Pero los días pasan y ella permanece rodeada de gente como ella. No puede evitarlo. Es como si cuando estuviera sola, sintiera el vacío que hay en su pecho, y no pudiera soportarlo.
Pero sólo puede hallarse a sí misma y ser felíz, con la ayuda de otro, un ser humano, un lucero que la guíe en las profundas tinieblas de su ser.

Carolina ha sido diagnosticada de cáncer terminal. Los remedios no hacen efecto. El médico quiere darle sedantes para evitarle el horrible sufrimiento del final.
Pero Carolina, en un descuido de éste, escapa del hospital, y huye en dirección a la playa.
Sufre, pero logra disimularlo. Su corazón cansado late ahora con fuerza, Un sentimiento extraño la motiva. Se encuentra con el rugido del mar. Se ha bañado en los rayos del Sol.
No murió incomprendida en el hospital, rodeada de gente demasiado cercana y ajena al mismo tiempo. Murió acariciada por la arena, arrullada por el mar.
Sólo lamenta no haber podido amar de verdad.

Continuó imperando el pensamiento sobre todas las cosas, hasta que los sentimientos fueron muriendo desterrados de las almas. La soledad de las personas era terrible, pero ellas no alcanzaban a verla, sedadas con las maravillas tecnológicas, de seres y conversaciones virtuales más reales que la realidad, de miserias que sólo podían ver a través de una pantalla.
Cada vez había menos amor y menos nacimientos. Las parejas se volvieron raras. El mundo se marchitaba bajo el brillo de la sofisticación.
Hasta que un profeta bajó de una montaña, trayendo dos bloques de piedra. Y al llegar a la base, donde extrañados por el suceso, lo observaban casi curiosos una veintena de personas, exclamó:
“¡Estas piedras representan los diez mandamientos, que el señor nos ha dado para que obedezcamos!”
Ni bien los pocos hombres que quedaban se acercaron, intrigados, a ver qué sucedía, el profeta, que se hacía llamar Bell Ial, destruyó las tablas sin que nadie pudiera verlos. Y gritó:
“Desde ahora en adelante, arrollaremos con todo lo establecido”
El profeta fue haciéndose popular entre la gente. Promovió la violencia, la destrucción, el sexo, la inmoralidad Pero todo bajo el profundo respeto hacia la vida de los otros seres vivos. Nadie mató a nadie, exepto en aislados accidentes. La gente estaba demasiado intelectualizada como para hacerlo. Pero todas las demás leyes fueron quebradas.

Bell Ial fue el autor de la revolución anarquista que asoló el mundo, destruyendo todos los gobiernos habidos y por haber. La gente era presa de una euforia colectiva, nunca habían soñado que pudieran gozar con aquel apocalípsis. Los seres humanos volvieron a ser individuos y uno a la vez con la naturaleza. Y nunca más estuvieron solos.

Alguna vez, antes de perder por completo la conciencia que encarcelaba su ser, un hombre preguntó a Il Abel si era un semejante, o un enviado de los dioses. El profeta sólo respondió:
“Yo soy como tú. Igual que tú dentro de unos años. Pero jamás tuve el dón de engañarme a mi mismo. Siempre obedecí mis deseos, y sólo los míos. Jamás me privé de nada, a menos que me gustara hacerlo. Soy los deseos reprimidos de toda la humanidad. Yo... soy tu, soy ellos, soy yo”.

sábado, agosto 05, 2006

Cuento: El Valle de la Luna

El Valle de la Luna

-¿Dónde demonios estoy? - pensé, mientras miraba en derredor. Me encontré en una calle desierta, oscura. ¿Cómo había llegado hasta allí? Lo único, lo más reciente que vino a mi mente fue una extraña luz blanca, tan luminosa, que opacaba mi razón y mi mente. El ruido de un motor, una bocina, un golpe. No recordaba nada más.
Comenzé a caminar. ¿Hacia dónde? ¿Cómo podría saberlo? No sabía ni dónde ni porqué estaba allí. Sólo que mis pies vagaban por veredas muertas, mientras el viento frío rozaba mi cara. Me sentía desnudo, a pesar de contar con abundante ropa cubriendo mi humanidad.
En todas partes, el fluír del aire arrastraba y arremolinaba las hojas secas de las calles. A pesar de todo, debía estar vivo. Pero pareciera que el resto de la gente, del Mundo, hubiera muerto mucho tiempo atrás, tal era el silencio de estos extraños caminos.
La calle terminó en una bifurcación. Hacia un lado se extiendía un bonito y bien cuidado paseo de casas cuidadas y enrejadas, que a la luz de la luna eran más hermosas que nunca. Seguro que todo el mundo allí se hubiera alborotado si hubiera visto a una persona como yo. Hacia el otro, comenzaba en un rápido degradé a desvalorizarse el paisaje, a medida que las casas de chapa iban reemplazando a las de paredes de cemento y tejados rojos.
No me gustan las opciones. Adelante mío, cortando la calle por donde vine, había un arco de madera vieja pero firme, que con letras grandes, inclinandose con el viento y chirriando en si agonía, decía “Parque...”, y luego las letras se hacían intilegibles. Detrás de él se extiendía una arboleda oscura hacia ambos lados. No tuve mejor idea que internarme allí dentro
Era un lugar oscuro, siniestro. Me arrepentí al momento de no haber seguido por la calle de casitas rococó y sus posibles dueños afeminados. Los árboles que ya cubrían el cielo, aparecían ahora vivos y amenazantes. Me rodeaba una atmósfera maligna y húmeda de tinieblas que se extendía por todo el firmamento. No conseguía ver nada a mas de dos metros delante de mi. Todo está en perfecto y aterrador silencio, y hasta el viento demoníaco del exterior parecía incapaz de irrumpir en aquel parque maldito.
Me adelanté en esos confines desconocidos, donde las sombras se transformaban en cada momento en fantasmas de seres espantosos provenientes del mismo infierno. Pareciera mentira que, alguna vez, un ser humano hubiera pisado estas tierras. Aceleré el paso, y mis huellas comienzaron a quedar en el barro y los pastizales con más velocidad mientras avanzaba. Los árboles transpiraban humedad, y el viento denso se filtraba por entre los troncos y revolvío mi pelo con furia.
De repente, estos horribles árboles se terminaron. Tengo delante mío presentabase un claro, iluminado por la luz plateada de una Luna llena. Sin salir de la tenebrosa pero reconfortante anonimidad de la espesura, observé el vacío que tenía adelante.
Allí, en el centro de aquel agujero en la vegetación del bosque, rodeada de pastos prolijamente cortados y de un verde casi perfecto, se elevaba una gran fuente de mármol blanco. De ella brotaba una constante provisión de agua de la claridad más imposible que jamás hubiera visto.
Salí de la arboleda y me dirigí hacia la fuente con la intención de sumergir mi cabeza en agua fría. Me sientía mal. Toda esta maldita incongruencia me estaba afectando. Pero peor me puso el silencio de los alrededores, y la oscuridad de la vegetación por donde había salido era ahora algo ajeno y amenazante. Tarde me di cuenta de que estaba demasiado expuesto.
¡Cuál fue mi sorpresa cuando, al sumergir mis manos en aquel manantial helado, escuché ruidos del otro lado! ¡Y aún más cuando, deseando terminar con todo aquel misterio, descubrí que se trataba de una mujer!
-No me ha visto todavía -me dije. Estaba sentada sobre la base de la fuente, con las piernas colgando, sus brazos de frágil apariencia a los costados, pegados al cuerpo. Debía tener frío. Y sólo parecía tener ojos para la Luna llena, a la cual miraba como perdida.
No había notado lo brillante que estaba la Luna esa noche. Desde aquel claro tuve una visión perfecta del cielo que brillaba como nunca la había visto hacerlo.
Creo que tardé unos momentos en salir de ese trance. Observé a la mujer de vuelta.
Sobre toda su persona emanaba un aura de desprotección y necesidad de cariño casi irresistible. Era la pureza personificada. Su cuerpo parecía frágil en un principio, pero estaba bien formado, y tenía cierta delicadeza que no está presente en demasiadas mujeres. Tenía las manos entrelazadas, que parecían a la vista suaves como la seda. Apenas llevaba un ligero vestido blanco que la cubría desde los hombros hasta las rodillas, de un diseño tan sencillo como exquisito. Su cabello, extrañamente de un tinte azulado, caía con gracia sobre una tez algo pálida, y lanzaba destellos a cada nuevo acariciar del viento. Su naríz y su boca eran pequeñas, al contrario que sus ojos. Jamás he visto unos ojos como aquellos. Parecían un mundo en sí mismos. Tan profundos como el mar y tan cristalinos el agua de la fuente, de un celeste oscuro que desplegaba vida y destrozaba de envidia a las estrellas.
Debo de haber hecho algún ruido mientras la observaba, porque se incorporó de repente, y con un dejo de sorpresa y espanto su mirada se cruzó con la mía.
Quedé paralizado por un momento. ¿Qué podía hacer... ? Era todo tan extraño, tan mágico... no podía ser real. Era una estúpida broma de mi mente enferma. ¿Pero... estaba más enferma que la de los demás? Esto tenía misterio, me daba una experiencia nunca vista antes. Desprecié a aquellos que no tuvieran un pensamiento en su vida que valiera la pena, aquellos materialistas, engreídos de una vanidad absurda de desprecio por su corazón. Pero... ¿Acaso despertaría en algún momento, y volvería a la desagradable, seca, vacía realidad?
Mis piernas se movieron solas. Me acerqué hacia ella. Trató de escapar tórpemente, pero la tomé de las muñecas. En ese momento todo su cuerpo se extremeció. Había terror en sus ojos de ángel.
-¿Puedo saber... -pregunté, casi titubeando -, acaso, quién sos?
Ella no me respondío. Parecía asustada. Intentó zafarse pero, ¡diablos!, no la dejé hacerlo.
-Sabés... -continué tranquilamente, mientras cesaba en sus inútiles intentos -, no cambiaría la luz de tus ojos por nada del mundo. Exepto, tal vez, por el secreto que escondes tras ellos.
No se por qué, ta l vez porque tenía su hermosa cara en frente mío, mis palabras, a las que había sentido profundas en mi mente, sonaron hueca en frente suyo. Sentí tristeza por mí mismo. Una pequeña semilla, alguna rama u otra indiscreta cosa debió caer en el estanque, por que me di vuelta a l escuchar su impacto contra las aguas. Vi mi cara allí reflejada, deformada por las ondas de la corriente. La visión fue casi grosera. El ser humano es una criatura muy triste.
Ella continuaba mirándome. Me estaba volviendo loco. Pareció esboxar una sonrisa melancólica. ¿Había comprendido, entonces, la enterna soledad que albergaba mi alma? ¿Había visto adentro mío, como yo quería ver adentro suyo? El hombre es ciego para ver su propia alma; y necesita a otro para que pueda contarle algo de ese abismo desconocido. Los ojos de aquella muchacha parecían ser capaces de iluminarme el camino.
No pude evitarlo. Apoyé mis manos heladas sobre sus mejillas, me acerqué a su boca pequeña, roja, y la besé.
No puedo decir qué sucedió después. Lo recuerdo con claridad, pero no tiene ningún sentido. Sus labios sabían a eternidad. ¡Que dulce agonía! Desee morir en ese instante. Pero un torrente de matizes, y un sinfín de recuerdos surgieron en ese instante en mi mente, apelotonándose y mezclándose, mientras sentía sus manos frías acariciar mi cara. Su cabello, sus rasgos su piel, eran frías por fuera. Por dentro su boca era dulce, enterna. Pronto me sentí desfallecer. No podía continuar mucho tiempo así. Algo estaba mal. El corazón comenzaba a estrujarse en mi pecho. Con un dolor agudo y horrendo, comenzó a latir cada vez con más violencia. Parecía Estaba a punto de quebrarme. ¿Qué era aquello, lo inalcanzable, lo sublime, lo cual después de haberlo probado, apenas la muerte podía superar una experiencia semejane? Todo mi mundo se desintegraba, moría en sus labios. Abrí los ojos, y ella seguía allí, mirándome. ¿Con lástima? Hubiera creído que nada me importaría más que permanecer allí. Pero tuve miedo por mi vida. Y, más aún, tuve miedo de arruinar a tan perfecta criatura. A este ángel delicado de otoño. No era digno de compartir mi corrompida existencia, de contaminarla con mi humanidad.
Me aparté de ella con suma dificultad. La voluntad casi me falló. Al instante sentí un alivio físico. Mi recuerdos se densificaron de vuelta, volvieron correctamente a mi mente y allí se durmieron, esperando a que alguien los despertara otra vez. La vi por última Podía estar felíz; no moriría esta noche. Una amargura me calcinó la garganta; aquella criatura... si me quedaba allí moriría; eso es seguro. La vi por última vez. Confusa, de su boca oí surgir unas suaves palabras, que con una voz celestial que mi mente no deja de recordarme, dijeron:
_Tú... no estás listo, todavía.
Dió un giro para observar la Luna, y me di cuenta que ambas eran el mismo ser.Mi cabeza me daba vueltas en un torbellino maiático de decisiones antagónicas. Sin siquiera dar la cara, pero dulcemente, la mujer, el ángel, la Luna, me dijeron:
-Estaré aquií esperándote, hasta que sea el momento.
La vi por última vez. Y eché a correr por el pasto.
A mis espaldas desapareció el claro. Me introduje en la espesura de los árboles. Mis piernas daban todo lo suyo, pero el viento parecía no querer dejarme salir. Finalmente llegué a la puerta ruinosa que separaba aquel lugar místico con la cruel realidad. Y lo crucé.
Seguí corriendo por las veredas grises. Al final de la calle húmeda y solitaria noté una poderosa luz blanca. Caminé haciá ella, mientras detrás mío, la calle comenzó a colapsar, desapareciendo. Sentí un escalofrío en la nuca. Rugió la tierra detras mío. La oscuridad pareció perseguirme. Corrí hasta la luz blanca y me zambullí en ella. Esta lo ocupó todo, y la calle, el parque , el ángel, todo se desintegró en el aire, en un solo momento.


-¡Ha salido del coma! ¡Es ... es un milagro, señorita!

-¡Ya despierta!.
Todo se mostró blanco. Todo era... insoportablemente blanco.
-¿Pablo... ? ¿Nos escuchás?
¿Pero qué pasaba? El blanco iba haciéndose más nítido. Tenía ciertas imperfecciones. ¿Cómo Dios podía permitir eso? Imperfecciones en su cielo, lo que faltaba. Pero... alguien me agarra del brazo. Aún tengo uno. Bien, las almas pueden conservar su físico. Este cielo es generoso, exepto para los inválidos. ¿Y el ángel? Dijo que me esperaría. ¿Dónde está ahora? Pero... y ¿y esta figura que tengo ahora delante mío? Parece una cara... conocida.
-¡Pablo, acá estamos! ¿Me escuchás? ¡estás bien, Pablo!
¿Está llorando? Dios, se parece a Carolina. ¡Ay! Me abraza . La descuidada... va a romperme el cuello.

-¡Te salvaste, te salvaste!
Carolina, compañera de toda la vida, lloriqueaba a mi lado. Dos o tres de mis mejores amigos observaban la escena con intención de hacer lo mismo. Al Diablo con el sentimentalismo. El médico me informó que tuve un accidente. Al parecer me atropelló un conductor ebrio que se echó a la fuga, y me encotró una pareja de ancianos, quienes llamaron al hospital. Me había salvado de milagro, dijeron.
En cuanto a lo blanco. Lo blanco era el techo. El maldito techo blanco del hospital.

...


Hoy voy a confesarle mi amor a Carolina. Intentaré repetir la escena de aquella noche de Luna, sobre el manantial de la eternidad. Quiero compartir ese trance, esa iluminación, con ella.
Sé que algún día volveré al parque al que he bautizado como el de la Agonía y la Muerte. Ese día, habré vivido a pleno. Y ese día, yo estaré preparado.




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Este cuento lo hice para tener una base sobre la cual hacer una canción, ahora que estoy con la música. Ya veremos qué sale.